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El conocimiento desinteresado

Son muchos los artículos divulgativos que, últimamente, reivindican la necesidad del estudio de la filosofía y de las humanidades para profesionales que desempeñan cargos directivos, argumentando las ventajas de contar con una visión holística e integradora para la gestión y la dirección de personas y empresas. Este problema no es nuevo y, no se reduce a la separación del conocimiento, sino que tiene que ver con el concepto de educación y con una visión puramente utilitarista que entiende la educación como un vehículo de transmisión de saberes prácticos para el desempeño de una determinada profesión.

Nuccio Ordine (2013) aborda estas cuestiones en su Manifiesto sobre La utilidad de lo inútil y no nos resistimos a citar textualmente el comienzo de esta obra de muy recomendable lectura:

“La paradójica “utilidad” a la que me refiero no es la misma en cuyo nombre se consideran inútiles los saberes humanísticos y, más en general, todos los saberes que no producen beneficios. […] Existen saberes que son fines por sí mismos y que —precisamente por su naturaleza gratuita y desinteresada, alejada de todo vínculo práctico y comercial— pueden ejercer un papel fundamental en el cultivo del espíritu y en el desarrollo civil y cultural de la humanidad. En este contexto, considero útil todo aquello que nos ayuda a hacernos mejores”.

Ordine, en este texto y a lo largo de la obra mencionada defiende una noción integral y humanista del conocimiento y de la educación.

Otros pensadores como Morin, que ha dedicado muchas de sus páginas a la educación y al conocimiento también muestra preocupación por la separación de los conocimientos y por su enfoque utilitarista: “El aporte de la cultura científica y el de la cultura humanística, desgraciadamente cada vez más separadas, podrían unirse para constituir una auténtica cultura que fuera auxiliar permanente de nuestras vidas. Pero eso ya requiere una profunda reforma”. (Morin, 2015, 20)  Morin insiste en que los saberes no pueden ofrecerse como “tajadas separadas” (Morin, 2015, 22), han de vincularse los saberes a la vida, siguiendo la máxima de Rousseau de que educar es enseñar a vivir. El autor reconoce la importancia de la filosofía en este sentido, como una gran alidada de la educación, como una guía para enseñar a vivir.

Entender la educación como enseñanza para la vida, como el aprendizaje de las competencias existenciales, es vincular la educación a la enseñanza de lo que Reboul (2009) llama los “conocimientos desinteresados” (Reboul, 2009, 46). Con este término, se refiere a aquellos conocimientos que no tienen propiamente una finalidad profesional, sino que tratan, más bien, de formar a la persona, de estructurar el pensamiento, en definitiva, de alcanzar los conocimientos que procuran el desarrollo humano.

Y es que la educación ofrece esa condición de posibilidad para que el ser humano pueda llegar a realizarse o a alcanzar la plenitud de su desarrollo. Este desarrollo humano es un proceso continuo, que compete toda la vida, tal y como afirma Savater (2003), “La educación es algo que nos permea toda la vida: vivimos en un mundo en el que nos educamos unos a otros”. (Savater, 2003, 42)

Todos los autores mencionados afirman que la educación nos enseña a vivir, pero una forma de vida valiosa desplegando las más altas capacidades humanas.

Para Ortega, el fin de la educación es la adquisición de una serie de virtudes como él mismo explica: “Por la educación obtenemos de un individuo imperfecto, un hombre cuyo pecho resplandece en irradiaciones virtuosas”. (Tabernero del Río, 1993, 166)[1]

La conclusión que podemos sacar respecto al enfoque utilitarista de la educación, que separa los saberes y que discrimina el conocimiento que, en teoría, no produce beneficios económicos, es que tiene que ver con la concepción antropológica que se adopta de partida y, por tanto, es un problema mucho más profundo. En una sociedad del rendimiento, como diría Han (2012) la educación y el conocimiento han de servir para producir en masa y no para el desarrollo integral del ser humano. Esto es, fácilmente, observable si nos fijamos en los diferentes términos que se utilizan como sinónimos del verbo educar, como son: instruir, entrenar, formar, preparar, enseñar. Todos ellos responden a una determinada concepción de la persona, de la sociedad y del papel de la educación. Tal y como señala Reboul (2009), “Si queremos definir “educación” hace falta reflexionar sobre la palabra “persona”. (Reboul, 2009, 23) ya que, la educación en todos sus ámbitos es “aprender a ser persona” .

Han, B. C. (2012). La sociedad del cansancio. Barcelona: Herder

Morin, E. (2015). Enseñar a vivir. Manifiesto para cambiar la educación. Buenos Aires: Nueva Visión.

Reboul, O. (2009). Filosofía de la educación. Barcelona: Davinci Continental.

Savater, F. (2003). Los caminos para la libertad. Ética y educación. Madrid: Fondo de Cultura Económica.

Tabernero del Río, S. (1993). Filosofía y Educación en Ortega y Gasset. Salamanca: Universidad Pontificia de Salamanca.

Ordine, N. (2013). La utilidad de lo inútil. Manifiesto. Madrid: Acantilado


[1] El autor utiliza esta cita de Ortega (1910) de la obra: “La pedagogía social como programa político”.

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